Conducir, hablar en público, relacionarse con un grupo de
personas conocidas, apuntarse a un curso de formación interesantísimo, ir al
médico, salir de compras, educar a los hijos, presentarse a un examen, ligar,
estar a gusto en una sobremesa con amigos, ver una película en el cine, montar
en metro o tranvía, salir a correr o hacer un viaje de ocio. Se trata de
situaciones cotidianas, en las que podría disfrutar y aprender, pero que se
convierten en un auténtico reto, incluso martirio, para las personas que sufren
ansiedad.
Algunos de los síntomas que acompañan a la persona son
sensación de ahogo, asfixia, palpitaciones, sudoración, tensión muscular,
sequedad de boca, bloqueos mentales, sensación de irrealidad, estado de
confusión, olvida palabras o incluso pierde el hilo de la conversación, le
cuesta conciliar el sueño, le invade la apatía y tiene hasta ganas de llorar.
Su cabeza es como una lavadora centrifugando. Una idea tras otra, los
pensamientos se repiten, se agolpan, le cuestionan, le previenen, le amenazan,
le hacen sentir que es una piltrafa y que no es capaz de coger el control de su
vida. ¡Basta!
Cuando cambias el modo en que ves las cosas, las cosas que
ves cambian también”Wayne Dyer
Respire, tómese un momento de calma, y lea a continuación
cómo ganarle el partido a la ansiedad. Aplicando los siguientes consejos,
aprenderá a ponerla en el sitio que le corresponde. Usted puede elegir los
pensamientos y las emociones que le convertirán en alguien con recursos. No sea
una marioneta de sus emociones. Tiene capacidad para elegir y participar
activamente en su vida.
Cambie el foco de atención. Sus síntomas no son los
protagonistas, el protagonista es usted. Llega un momento en el que parece el
famoso miedo al miedo: solo está pendiente de cómo se comporta su cuerpo, de
ver la intensidad con la que se manifiestan sus síntomas de ansiedad y cómo
condicionan su vida. Se autochequea, escanea, comprueba sus constantes vitales
para decidir si es apto o no para enfrentarse a según qué situaciones. Todo su
mundo gira en torno a lo que le ocurre por dentro. Cuanto más centre la
atención en lo que no desea que ocurra, más aumenta la probabilidad de que
pase. ¿Por qué? Porque le está dando instrucciones al cerebro para que esté
pendiente de cualquier señal de alerta. Ha convertido en amenaza señales que no
lo son. Su mente ahora está entrenada para buscar palpitaciones, sudoración,
ojeras y agobios. Y cuando los detecta, le advierte diciéndole ¡peligro! La
señal va rápida al sistema nervioso simpático, y éste se acelera pensando que
tiene que protegerle de la fiera. Se prepara para que salga corriendo o luche.
Y como nadie lucha con ferocidad estando en estado de calma, le activa en todos
los sentidos. El corazón late con vigor, sus músculos se tensan, empieza a
sudar y respirar de forma agitada. ¡Ya está!, listo para el combate. Su
respuesta es la lógica. Lo que no es lógico es que su mundo sea tan amenazante.
Necesita dejar de escanearse.
Consejo: aprenda técnicas de relajación y meditación. ¿Ha
probado el mindfulness? Su atención debe estar puesta en lo que ocurre a su
alrededor, pero no en lo que resta, sino en lo que le alimenta. Si está pasando
una buena tarde en compañía de amigos, observe sus caras, métase de lleno en la
conversación, saboree el café y las pastas, fíjese en la temperatura y el
paisaje. La vida está ocurriendo a su alrededor. La vida no está en sus
respuestas orgánicas. La atención no puede estar en dos temas a la vez. O se
fija en lo mal que está, o se centra en disfrutar y vivir su momento. Y si un
síntoma da señales, tranquilo, déjelo estar. Pero no hable con él ni le exprese
su temor. Es maravilloso tener síntomas, significa que ¡está vivo!
Háblese en otro idioma. El tipo de vocabulario que más
utiliza una persona ansiosa para expresarse es algo así como “tengo miedo,
estoy agobiado, no puedo, y si…, no estoy preparado, en otro momento, tengo
temblor, no podré, lo estoy pasando fatal” y un sinfín de expresiones tendentes
al catastrofismo y con las que se siente inseguro e incapaz.
La manera que tiene de pensar y expresarse condiciona sus
emociones y su comportamiento. Si expresa que hay amenazas, su sistema nervioso
se activa y desencadena la respuesta de ansiedad. Así de fácil. Es la tercera
ley de Newton: acción-reacción. Necesita hablarse a sí mismo en otros términos.
Lleva tanto tiempo anticipando el fracaso y el peligro, que carece de
expresiones y vocabulario adecuado para afrontar las situaciones.
Consejo: ¿quién elige los pensamientos que invaden su mente?
Nadie más que usted. Ahora está acostumbrado a relacionarse con un estilo
cognitivo tremendista. Pero puede sustituirlo por otro que le permita
contemplar el mundo sin ese carácter amenazante. Para modificarlo, tendrá que
escribir… Ante la situación temida, anote cómo le gustaría enfrentarse a ella y
los pensamientos que le podrían ayudar. No evite pensar en ella, solo acéptela.
No es peligrosa, solo algo incómoda.
Desenamórese. No de su pareja, sino de la posesiva ansiedad.
Si se da cuenta, se comporta con ella como si hubiera un idilio en plena
efervescencia. La observa, la mira, la atiende, incluso habla con ella y de
ella a todo el mundo. Su círculo se limita a su ansiedad. Ella decide por usted
si puede hacer algo o no. Le ha dado demasiado poder. Mantenga un diálogo para
poner distancia, incluso rétela.
Consejo: cada vez que se observe atemorizado por los
síntomas, en lugar de verbalizar “no lo soporto, estoy fatal, así no puedo
seguir, no saldré nunca de esto”, diga algo como “qué pesadita eres, todo el
día con un síntoma por aquí, otro síntoma por allá. Si no te importa voy a
leer, trabajar, correr, etcétera, y luego, si me apetece, igual te escucho otra
vez. Ahora no es el momento”.
Fuente: Patricia Ramirez.
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